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Invisibles

  • Fem Cultura
  • 1 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 14 may 2020

Aitor Fernández Navarro

Llegamos, nos sentamos en nuestro asiento numerado y esperamos. Esperamos a que pase algo en el teatro, porque de momento no está pasando nada. O sí. Nosotros no lo sabemos. Llega el momento y se apagan las luces. Entonces se enciende un foco y nos muestra a un actor, con quien seguramente convivamos en resto de la obra, o gran parte. A través de sus monólogos y diálogos nos va trazando el camino de la historia que debemos seguir. Diferentes ropajes acompañan a los figurantes que se exhiben en el escenario. Sus caras, untadas en maquillaje lucen perfectas debajo del baile de luces que se mueve por encima de ellos. Las palabras salen fluidas de sus bocas, en una espontaneidad que no parece calculada. ¿No se olvidan de ninguna línea? Parece que no. El acontecimiento sigue y llega un momento en que se cierra el telón, nosotros aplaudimos, seguramente a los actores, porque lo están haciendo francamente bien. Algunos en el público lloran, otros ríen, todos aplauden.

Se vuelve a abrir el telón y empieza el segundo acto. El público espera. Y ahí sale el primer actor, de nuevo, el cual se olvida de su segunda línea. Su compañero y él siguen el diálogo cómo si nada y en un chance de la representación uno de ellos, el que tenía que caer al suelo, cae en el lugar dónde no tenía que caer. Aun así, entre bambalinas la calma no cesa, pero se empieza a abrir paso un ápice de tensión. A veces no todo sale cómo se tiene calculado. Quizás el público no se ría en el remate cómico que prepararon los guionistas. Quizás no se rían en toda la obra. Es impredecible.

En la última escena la música no sonó a tiempo. Sólo se tenía que apretar un botón y empezaba la canción y, con ella, el juego de luces y sonido. Quien tenía que apretar el botón no lo dio a tiempo. No obstante, los tres técnicos de luces fueron ávidos y en menos de un par de segundos consiguieron sincronizar sus movimientos con la música. Seguramente ni el más atento espectador captó semejante error, pues los técnicos lograron camuflarlo. Al igual que nadie captó que el actor olvidó su segunda línea al inicio del segundo acto, porque a pocos metros del actor había un apuntador susurrándole las líneas que habían escapado de su memoria. Al igual que nadie notó que el que debía caer al suelo cayó donde no debía, ya que la luz se posó sobre él e hizo parecer correcta su caída. En el tema cómico, nadie puede rectificar un chascarrillo sin gracia, el púbico es el único juez posible.

Al final de la obra todos aplaudieron, los auxiliares cerraron el telón, los apuntadores recogieron las 29 páginas de guion que tenían entre los dedos, los técnicos de luces se encargaron de apagar toda la maquinaria y dejarla lista para la función de mañana, los encargados de vestuario guardaron todo su attrezzo y los de maquillaje desmaquillaron a actores y actrices.

Creo que apreciamos muy poco, o generalmente, menos de lo que es debido, a todos estos trabajadores invisibles que hacen posible que pasen millones de cosas encima de un escenario.

El público ha ido desfilando y ya están todas las butacas vacías. Mientrastanto, en el teatro, siguen pasando cosas.

Etiquetas: #Teatre / #técnics / #Opinió




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